By Rich & Susan Kollenberg
PREFACIO
No era el plan de Dios que te convirtieras en un adicto. Dios jamás permitiría que un alma de su creación, llevase una vida de dependencia al alcohol y las drogas. Dios no es culpable. Te ama demasiado para pensar que ese es el destino que ha dispuesto para ti. Por supuesto que no, tiene que haber otra razón que explique por qué te encuentras en esta situación.
Las razones que explican la adicción van más allá de un vistazo casual a un adicto. En este momento se libra una batalla violenta entre el bien y el mal, que no es posible comprender por nuestra propia cuenta. Pero un estudio minucioso puede ayudarnos a conectar este conflicto con el problema que enfrentas hoy, y finalmente, encontrar una salida a tu situación.
La historia de adicción del mundo comienza cuando Dios creó a Lucifer, un ángel de luz perfecto. Era un ser glorioso y hermoso. Pero Lucifer, por elección propia, creó a Satanás. “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones” (Isaías 14:12). Dios no lo creó, sino que Lucifer por su propia voluntad se convirtió en el diablo.
Desde el principio, Dios ha querido que todos sus seres creados lo amen. Sin embargo, para que las criaturas lo amen profunda y genuinamente, deben tener la libertad y la capacidad de devolver voluntariamente ese amor; de otra manera, no sería amor. Por el contrario, serían como robots haciendo todo lo que Dios ordena. Le servirían porque están programados para hacerlo, y no porque lo aman.
Con esta misma libertad de elección a su disposición, Lucifer prefirió rebelarse contra Dios y hacer las cosas a su manera. Tomó esa decisión en presencia de Dios y los santos ángeles, entendiendo a cabalidad las consecuencias. Está condenado a muerte, como resultado de su continua y constante guerra—una rebelión que ha llegado tan lejos que ya no quedan cualidades redimibles en él—su destino ha sido sellado.
Pero el tuyo no. Existe una salida, aunque te rebeles contra los increíbles planes que Dios ha trazado para tu vida.
Ahora mismo, el objetivo de Satanás es herir a Dios tanto como sea posible, arrastrando consigo a la humanidad, para que sufra con él su destino eterno. Eso te incluye a ti y al resto de nosotros. Pero, la Biblia dice que no tenemos que morir esta “segunda muerte”, el castigo eterno que enfrentará Satanás.
Podemos escoger servir al Señor con todo nuestro corazón y escapar de las tentaciones del diablo, mediante un contacto cercano, consciente y amante con Dios. Así es como puedes encontrar una salida a esta situación de horror en la que estás sumido: la adicción al alcohol y las drogas. Así es como puedes llegar a ser LIMPIO.
Paso 1: Reconocer y admitir.
PASOS: RA
Paso 1: Reconocer y admitir.
“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” Lucas 19:10
RA — Reconocer y admitir:
Estoy perdido, indefenso y desesperado.
El primer paso para corregir lo que está mal en mi vida, es darme cuenta que algo no está bien. Lo reconozco, y admito que he hecho malas elecciones. No voy a extenderme en las razones por las que tomé dichas decisiones, pero debo reconocer mi responsabilidad y admitir que fueron decisiones equivocadas.
El hecho que haya cometido errores, no significa que mi vida en sí, sea un error.
Todos cometemos errores; lo que hace la vida difícil. Pero, admitir que tenemos un problema, nos coloca en el camino hacia la libertad verdadera.
Sin embargo, debemos ser cuidadosos: nuestra adicción no es una simple “debilidad” o algo fácil de dejar. Estas creencias son ilusas. Las elecciones que hemos venido tomando, son controladas enteramente por las adicciones.
Por lo que debemos admitir que no controlamos nuestras vidas; algo más la controla. Esto es impotencia. Las personas impotentes no tienen más remedio, que dejar que su adicción, u otras personas, decidan por ellos.
Cuando ya no manejo mi propia vida, algo más la maneja y toma decisiones por mí. Lo que significa que mi adicción es más fuerte que yo, y me impone sus exigencias.
No importa el tipo de adicción—drogas, sexo, dinero, juegos de azar, alcohol—debemos admitir que somos impotentes ante ellas. Confesión es reconocer y admitir, y en este punto es donde tenemos que empezar. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Debemos plantearnos las siguientes preguntas: ¿Estamos preparados para ser total y completamente honestos con respecto a nuestra conducta? ¿Hasta que punto los resultados de nuestras decisiones, han causado daño a otros y a nosotros mismos? ¿Estamos dispuestos a buscar con corazón abierto la respuesta a nuestro dilema? ¿Deseamos realmente dejar la vida de placer egoísta a corto plazo y de destrucción a largo plazo? ¿Estamos cansados de lastimar a otros? ¿Estamos hartos de que nuestras adicciones nos priven del poder de elegir? ¿Queremos cerrar este capítulo de nuestras vidas y comenzar una nueva vida llena de paz, amor, alegría y esperanza?
¿Merecen la pena mi vida y la vida de los que me rodean? ¿Quiero realmente vivir?
Decido diariamente ser honesto conmigo mismo, en lo que respecta a mi vida y mi condición.
Paso 2: Comenzar a creer
PASOS: CC
Paso 2: Comenzar a creer
“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” Hebreos 11:6.
CC — Comenzar a creer:
Yo no puedo, pero Él sí puede.
Después de admitir que mi manera de hacer las cosas no ha funcionado en el pasado y no funcionará en el futuro, debo comenzar a creer que existe un camino mejor, para encontrar la verdadera felicidad.
Creer activa un modo de pensar completamente nuevo; es un proceso. Recuerda que, por mucho tiempo, los adictos creíamos que a “nuestra manera” funcionaba. Pero ahora entendemos que somos impotentes y que necesitamos ayuda. Creíamos en nosotros mismos, pero fallamos. ¿Ahora qué? ¿Existe un poder fuera de mí que es más fuerte que yo, un poder que me ama incondicionalmente, incluso cuando no puedo amarme a mí mismo?
¡Ciertamente! Se llama Dios. Él es el Creador del universo y, por lo tanto, conoce todas nuestras necesidades, porque él nos diseñó.
Dios quiere recrearnos a su propia imagen de acuerdo con su plan. Sin embargo, si pensamos que de alguna manera podemos ayudarnos a nosotros mismos, nos interpondremos en su camino. Necesitamos pensar en Él y solo en Él, como nuestra solución.
¿Cómo sabemos que Dios existe? ¿Qué evidencias hay? ¿Cómo sé que es real y cómo creer que tiene una solución para mí? Dios tiene muchas formas de darse a conocer y llevarnos a una comunión con él. La complejidad y el orden de la naturaleza, por ejemplo, son manifestaciones de su presencia.
Un corazón abierto a su amor y gloria reconocerá fácilmente las obras de sus manos en nuestro mundo. Podemos escuchar y entender cómo se comunica Dios a través de los elementos de la naturaleza: los campos verdes, los enormes árboles, las flores renacientes, la lluvia que cae, el arroyo burbujeante, y hasta una nube que pasa, revela el poder de un Dios Creador. Por medio de su creación, nos habla al corazón y nos invita a conocer a Aquel que nos creo.
Los caminos de Dios son diferentes de los nuestros. Sus obras se basan en la fe pura, mientras que la nuestra tiende a basarse en lo que vemos o sabemos. En otras palabras, decimos: “Ver para creer”. Pero Dios dice: “Créelo y te lo mostraré”. Con esto en mente, comprendemos que Dios restaurará nuestras vidas a su manera, que con toda seguridad difiere de la nuestra. “Y Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35).
Recuerda que nuestra manera de hacer las cosas nos mantuvo sumidos en la adicción, pero Dios quiere que recuperemos la cordura. “Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo” (Isaías 41:13).
Debo comenzar a creer que esta es la única salida a mi dilema. Debo recordar que fui creado con libertad de elección, y cada día puedo elegir creer en Dios. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
Paso 3: Control total
PASOS: CT
Paso 3: Control total
“Para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” 1 Corintios 2:5.
CT — Control total:
Él controla, yo no.
¡Ahora es su batalla, no la mía!
He comenzado a creer en Dios, y debo llevar esta creencia a la práctica. Debo confiarle a Dios cada una de mis decisiones. Esto requerirá adquirir hábitos nuevos y realizar un gran esfuerzo, pero estoy dispuesto a hacerlo, porque mi vida depende de ello.
Entregar mi vida al cuidado de Dios, es una decisión que tomaré todos los días y posiblemente, minuto a minuto. Con este paso comienzan los actos de oración y devoción que pronto se convertirán en buenos hábitos, los cuales me permitirán escuchar y comprender la voz de Dios, además de experimentar las maravillas que tiene reservadas para mí.
Esta es su promesa: “Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jeremías 29:13). El corazón entero debe entregarse a Dios, lo que supone una transformación total y una renovación de nuestra propia naturaleza. Nuestra entrega debe ser completa.
Rendirse a la voluntad de Dios requiere esfuerzo, pero debemos someternos a Dios antes de ser transformados. El Señor anhela que nos entreguemos a él. Está dispuesto hacer su voluntad en nosotros, pero debemos escoger, si queremos ser librados o no de la esclavitud de la adicción y del pecado.
Para lograrlo, debemos renunciar a lo que nos separa de Él. Todo lo que me aleja de Dios, debo desecharlo de mi vida. Ya sea el amor al dinero, el amor a una vida de comodidad egoísta o el amor a ser libres de toda responsabilidad; da igual, todo debe descartarse. No podemos pertenecer a Dios y pertenecer al mundo a la vez. Solo existen dos grupos.
En esta vida, si no estamos por completo del lado de Dios, entonces estamos del lado de Satanás. Es una verdad dura, pero se libra una batalla entre Dios y el diablo. Como adictos, éramos generales en el ejército de Satanás, pero ahora hemos elegido el otro lado. Hemos desertado y nuestras vidas dependen de imitar el modelo de nuestro líder Jesucristo, para ser un soldado en su ejército.
Si queremos formar parte del ejército de Dios, debemos recordar que ¡Dios pelea nuestras batallas! “porque no es vuestra la guerra, sino de Dios” (2 Crónicas 20:15). Es necesario que deje de luchar, entregue mi voluntad a Dios y le permita pelar las batallas en mi lugar. Dios siempre tiene nuestro bienestar en mente. Tampoco nos pide que renunciemos a algo que es para nuestro bien conservar, y sabe que el camino de la adicción es un camino desolado y solitario, lleno de miseria y destrucción. Dios no desea ver sufrir a sus hijos; no le complace. Él quiere conducirte por una senda de plenitud y gozo.
¿Cómo me entrego a Dios? Todas las promesas que he hecho a otros y a mí mismo con respecto a mi adicción han fallado. En este momento, deseamos entregarnos a él, pero somos débiles en poder moral, somos esclavos de la duda y estamos controlados por los hábitos de una vida llena de pecados. Nuestras promesas y resoluciones son como cuerdas de arena y no podemos controlar nuestros pensamientos, impulsos ni afectos.
Es más, puesto que sabemos todo acerca de nuestras anteriores promesas incumplidas, para dejar el vicio o tratar de mejorar, tenemos poca confianza en nuestra sinceridad. Sentimos que Dios no nos aceptará porque somos poco fiables. Pero no me desesperaré. Dios me ha dotado de una voluntad y la ejerceré con la ayuda de su poder. Debemos entender la verdadera fuerza de la voluntad: el poder que gobierna la mente de cada persona, el poder de elección. Todo depende de nuestro ejercicio correcto de la voluntad. El poder para decidir, es un poder que Dios nos ha dado y es nuestro deber aprovechar esa libertad. “Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos” (Proverbios 23:26).
Aun así, no podemos cambiar nuestro corazón y no podemos, por nuestros propios medios, hacer que nuestros deseos sean como los deseos de Dios. Pero puedo elegir servirle. Podemos entregarle nuestra voluntad; entonces obrará en nosotros el querer como el hacer conforme a su buena voluntad. Por tanto, toda nuestra naturaleza quedará bajo el control del Espíritu de Cristo; nuestros deseos estarán centrados en Él y nuestros pensamientos estarán en armonía con Él.
Me doy cuenta que no será fácil y que los resultados podrían no ser inmediatos; pero, es mi decisión. ¡Escojo la vida en lugar de la muerte! “Viva mi alma y te alabe, y tus juicios me ayuden. Yo anduve errante como oveja extraviada; busca a tu siervo, porque no me he olvidado de tus mandamientos” (Salmos 119:175, 176).
Paso 4: Un rumbo diferente
Pasos: RD
Paso 4: Un rumbo diferente
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” 2 Corintios 5:17.
RD — Un rumbo diferente:
Sus caminos son otros.
No solo estoy en un vehículo distinto con un conductor diferente, sino que estoy en un camino distinto, siguiendo un rumbo distinto, con personas diferentes.
Este paso es crucial. Ahora que hemos dejado que la influencia de Dios entre en nuestras vidas, no podemos permitir que otras influencias, alteren el rumbo que Dios nos ha trazado. Esto significa que debemos cambiar el campo donde jugamos y los compañeros con quien jugamos.
También requiere un supremo esfuerzo. Los adictos no podemos arreglar la vida de nuestros amigos; ellos tienen que buscar a Dios por sí mismos. Ahora debo elegir asociarme con Cristo y permitir que su Espíritu obre en mi corazón.
No podemos ver ni escuchar la obra del Espíritu de Dios, pero los resultados serán evidentes en nosotros. Nuestras vidas darán testimonio de que el Espíritu de Dios trabaja en nosotros, renovando nuestros corazones. Tanto nosotros como los demás, percibirán cambios en el carácter, en nuestras ambiciones y en nuestros hábitos. Notarán un marcado contraste entre lo que éramos y lo que somos ahora.
Recuerda que no debemos confiar en nosotros mismos ni en nuestras buenas obras, para ganarnos el favor de Dios. Por el contrario, el Espíritu de Dios que mora en nosotros, es la fuente de bien. El rumbo diferente que seguimos y nuestra asociación con Cristo, deben darse a diario. Pensamos constantemente en Él y consagramos nuestras vidas a Él, con el anhelo de reflejar su imagen bondadosa y amante. Los frutos del espíritu se manifestarán en nuestro carácter. Estos frutos son cualidades admirables que se convertiran en una bendición para otros: “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22, 23).
Reiteramos que este nuevo camino es simple, pero no es fácil. Nos acosaran pensamientos de nuestra vida anterior, y las personas del pasado ejercerán presión para que nuestras decisiones reflejen las conductas egoístas del pasado. Pero con el Espíritu de Dios obrando en mi vida, puedo elegir servirle cada día. “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18).
Este nuevo rumbo se topa con una “bifurcación en el camino”, que tiene que ver con lo que introducimos en nuestros cuerpos. Lo que consumíamos, debe ser reemplazado por lo saludable y gratificante. “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:16, 17). Considerar nuestros cuerpos como la morada de Dios, es una forma innovadora de pensar, podemos escoger darle al Espíritu Santo una bienvenida a casa, mediante una dieta saludable, mucha agua y ejercicio.
Entiendo que el camino que sigo ahora es completamente opuesto al que mis amigos y yo seguíamos. Todos los días tengo la opción de elegir con quién me relacionaré, y comprendo a cabalidad la importancia de esa elección. “Busca el escarnecedor la sabiduría y no la halla; Mas al hombre entendido la sabiduría le es fácil” (Proverbios 14:6).
Paso 5: Borrar los errores
Pasos: BE
Paso 5: Borrar los errores
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” Juan 3:16.
BE — Borrar los errores: Todos cometemos errores, pero Dios quiere borrarlos.
Es el momento de enfrentar esos errores y las consecuencias de las malas decisiones que tomé en el pasado. He perjudicado a otros, y me debo a mí mismo, a Dios y a los demás corregir esas equivocaciones en cuanto sea posible. Esta tarea requiere que yo sea lo más abierto y honesto posible, en lo que concierne a mis relaciones con otros.
Debemos hacer un inventario exhaustivo de nuestras conciencias, dejar que Dios revele nuestros errores y luego corregirlos. Hay que estar seguro, sin embargo, que en el proceso no causemos daño, ni a otros ni a nosotros mismos.
Recuerda que todo esto no sucede de repente. Es, como el proceso de los siete pasos, un suceso cuidadoso, continuo y progresivo. Sabemos que hemos herido a otros con nuestro proceder. Asumir la responsabilidad de nuestras ofensas pasadas, anulará la culpa y el dolor que cargamos por esa conducta y en última instancia, nos librará de esos pensamientos que nos empujan a volver a la adicción.
Este inventario implica un examen de conciencia. No es un “juego de culpas” para condenar a los demás o a nosotros mismos, a fin de justificar nuestro comportamiento. Nuestras acciones hasta este punto han sido inaceptables; debemos diagnosticar los resultados y enfrentar las consecuencias con franqueza. Pedirle repetidamente a Dios que escudriñe nuestro corazón y que cree en nosotros corazones nuevos, que no busquen lastimar a los demás y a nosotros mismos, al retornar al pasado.
También es importante no olvidar este hecho fundamental: aunque hayamos hecho algunas, o incluso muchas, cosas malas, esto no nos hace menos valiosos ante Dios. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Nuestro verdadero sentido de valía personal viene cuando entendemos que fuimos comprados a un precio que cubre toda la eternidad. Cristo pagó ese precio infinito con su vida, para que pudiéramos ser reclamados como suyos y así ser liberados de la esclavitud de nuestra mala conducta. El simple hecho de saber que alguien nos ama y se preocupa por nosotros lo suficiente como para dar su vida, nos confirma, sin lugar a dudas, que somos valiosos.
¿Cuál es nuestro valor? Puesto que fuimos comprados con un precio infinito, nuestro valor debe ser igualmente infinito. Dios nos compró, ¡y Él no compra basura! Sin embargo, somos valiosos porque Dios nos ha dado ese valor, y no por nuestros propios méritos. Recuerda que debemos reconocer que solo Dios puede salvarnos, porque fueron nuestras propias acciones las que nos llevaron a la adicción.
Es el momento de examinar ese comportamiento con detenimiento, reconocerlo por lo que es y alejarnos de él. De nuevo, en y por nosotros mismos no podemos hacer nada. Ni siquiera podemos triunfar en este paso, a menos que el Espíritu de Dios trabaje en nosotros para lograrlo. Por lo que, debemos buscar a Dios en oración y pedirle que nos muestre nuestros defectos, que nos dé la fuerza para pedir perdón a Dios y a aquellos a quienes hemos agraviado y dar los pasos necesarios para corregir esos errores, siempre que sea posible. Esta aplicación constante de los principios de este paso en mi vida, me mantendrá en la dirección correcta. Así que elijo caminar en la dirección que Dios me ha trazado.
Paso 6: Perdonado para siempre
Pasos: PS
Paso 6: Perdonado para siempre
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
1 Juan 1:9
PS: Perdonado para siempre:
Él ya me ha perdonado, ahora debo perdonarme a mí mismo y a los demás.
A medida que aprendo sobre el carácter de Dios —que es un Dios bondadoso, amante y perdonador— empiezo a comprender la importancia y el poder del perdón. Cuando confieso mis horribles defectos y acepto el perdón de Dios, permito que se dé un cambio en mi vida, de modo que la seguridad y el gozo de saber que soy perdonado, me permiten desarrollar una actitud, obtener poder y tener el deseo de perdonar a los demás.
Podemos fallar en este paso únicamente, si no aceptamos el perdón de Dios. Porque aceptando su perdón es que recibimos el poder de perdonar a otros. Esto no significa que somos egoístas; por el contrario, nos lleva a comprender lo que es en realidad el perdón.
El perdón genuino significa que Dios nunca nos reprochará nuestra conducta pasada. Ya la ha olvidado. De hecho, la única forma en que podría aflorar de nuevo, es si decidimos retomarla. Este es el verdadero perdón y este es el perdón que ahora podemos humildemente compartir con los demás. Como soy perdonado, ahora puedo perdonar.
Como adictos, siempre tomábamos en lugar de dar. Nos apoderábamos de todo lo que necesitábamos para satisfacer nuestra adicción, incluyendo los momentos preciosos lejos de nuestros amigos y seres queridos. Si observamos la naturaleza a nuestro alrededor, notaremos un principio de acción diferente. Todos los elementos de la naturaleza dan en lugar de tomar. Los árboles, por ejemplo, ofrecen al mundo sombra y oxígeno, así como frutas para comer y cobijo para las aves. Los arroyos de la montaña también participan en este “ciclo de benevolencia”, proporcionando a los valles agua dulce, dando al salmón un lugar para desovar y ofreciendo al oso una fuente para beber.
Sin embargo, nacemos con la tendencia a buscar nuestro beneficio, lo que altera este ciclo. Es el deseo de Dios cambiar nuestra antigua naturaleza egoísta por una nueva, amable, generosa y amante. Nuestra parte es que optemos por permitirle transformarnos, al aceptar su perdón. Luego, paso a paso, perdonaremos a los demás.
El poder del perdón proviene de una comprensión plena del concepto de perdón, que se fundamenta en el amor incondicional. Al darnos cuenta que Dios nos ama incondicionalmente, nuestros corazones se abren a una nueva forma de pensar y vivir. Esto nos lleva a poner a Dios en primer lugar y nos compele a desear el plan que tiene para nuestras vidas.
Buscaré al Señor en todo lo que haga porque él anhela ser mi amigo. “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial” (Mateo 6:14).
Paso 7: La gracia de Dios
Pasos: GD
Paso 7: La gracia de Dios
“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” Hebreos 4:16.
GD: La gracia de Dios:
Dar lo que he recibido y dejar que la luz brille a través de mí.
Es la gracia de Dios, y solo la gracia de Dios, lo que me mantiene alejado de la adicción. En mí no hay poder para vencer las malas influencias. Es solo por la gracia de Dios, que experimento un nuevo día glorioso, libre de adicciones.
Al reflexionar en la gracia de Dios día a día, comprendemos mejor cómo tratar a los demás.
Entendemos que ya no se trata de nosotros, sino de los demás. Debemos “morir” a nuestros deseos egoístas y comenzar a pensar más seriamente en el bienestar de quienes nos rodean. A medida que crezco en la abundante gracia desinteresada de Dios, sentiré que al dar recibo un gozo supremo que no he experimentado jamás.
Somos bendecidos cuando servimos como bendición para otros. Somos testimonios vivientes de la gracia de Dios. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8, 9). Nadie puede argumentar en contra de nuestro testimonio, ni cómo Dios ha obrado en nuestras vidas. Nuestros testimonios de liberación se vuelven cada vez más poderosos, a medida que el Señor nos sostiene a través de las pruebas venideras, y nos regala victoria tras victoria sobre la tentación.
La palabra “gracia” es una de las más incomprendidas de la Biblia. Estar bajo la gracia de Dios, realmente significa que se nos ha dado otra oportunidad de vivir. Nuestras vidas se moldean de acuerdo a los principios que se encuentran en la Biblia. Actuar y vivir de otra manera, como lo hemos hecho durante nuestra vida de adicción, frustra la gracia de Dios y hace que lo representemos mal ante nuestros semejantes. Liberados de la esclavitud de nuestro pasado, somos embajadores de Dios, enviados por su Hijo para proclamar lo que su gracia y misericordia han hecho en nuestras vidas.
Ser un testigo de la gracia de Dios, de su poder sobre nuestras adicciones y la muerte al yo, se manifiesta, en definitiva, en las cosas que hacemos en nuestras acciones. No debemos actuar como jueces y juzgar la relación de otra persona con Dios, ni condenarla por sus acciones, porque solo por la gracia de Dios se producen cambios en nuestras vidas. “Peca el que menosprecia a su prójimo; mas el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado” (Proverbios 14:21).
Recordar y aferrarnos siempre a estos conceptos, nos permite ser compasivos y comprensivos con los demás y con sus problemas; además, engendra la motivación y el deseo de ayudarlos. Reflexionar en lo bueno que Dios ha sido con nosotros, a pesar de nuestras malas decisiones en el pasado, puede ayudar a identificarnos con los problemas de los otros. Por la gracia de Dios, podemos compartir estos pasos con ellos y ver cómo Dios también transforma sus vidas.
Debo ver mi vida con un nuevo propósito y con nuevas prioridades, solamente por la gracia de Dios. “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).